El erudito Montague
Rhodes James (1862-1936), preboste del Eton College, arqueólogo de renombre y
reconocida autoridad en manuscritos medievales e historia de las catedrales,
siguiendo su vieja afición a contar relatos de fantasmas durante las Navidades,
se ha convertido poco a poco en un cultivador de primera fila de la literatura
espectral, y ha llegado a servir de modelo a una larga serie de discípulos.
El arte de M.R. James
no es en absoluto casual, y en el prefacio de una de sus colecciones formula
tres reglas muy acertadas de la composición macabra. El relato de fantasmas,
según él, debe tener un marco familiar a la época moderna, a fin de acercarse
lo más posible al ámbito de la experiencia del lector. Sus fenómenos
espectrales, además deben ser malévolos más que beneficiosos, ya que la emoción
que hay que suscitar ante todo es el
miedo. Por último, debe evitarse escrupulosamente la jerga técnica del
«ocultismo» o pseudociencia, con objeto de que la verosimilitud casual no se
vea ahogada por una pedantería nada convincente.
El Dr. James,
practicando lo que predica, aborda sus temas de una manera ligera y
frecuentemente coloquial. Crea una ilusión de acontecimientos cotidianos e
introduce sus fenómenos anormales cauta y gradualmente, realzándolos a cada
paso con detalles sencillos y prosaicos, y sazonándolos a veces con una pizca o
dos de erudición arqueológica. Consciente de la estrecha relación entre la
espectralidad actual y el acervo tradicional, aporta remotos antecedentes
históricos para sus incidentes, lo que le permite utilizar así con toda propiedad
sus conocimientos exhaustivos del pasado, y su dominio convincente del lenguaje
y el colorido arcaicos. El escenario predilecto de un relato de M.R. James es
una antigua catedral, que el autor puede describir con toda la minuciosidad
familiar de un especialista en ese campo.
En los relatos de
M.R. James encontramos a menudo maliciosas escenas humorísticas, retratos de
género y caracterizaciones muy naturales, que en sus manos contribuyen a
aumentar el efecto global, más que a estropearlo, como ocurriría si los
manejase un escritor menos experto. Al inventar un nuevo tipo de fantasma, se
aparta sensiblemente de la tradición gótica convencional; pues mientras que los
viejos fantasmas clásicos eran pálidos y majestuosos y eran percibidos
principalmente con la vista, el espectro habitual de M.R. James es delgado,
enano y peludo: una abominación perezosa e informal de la noche, a medio camino
entre la bestia y el hombre, a la que llega a tocarse antes de verla. A
veces, este espectro tiene una constitución de lo más excéntrica: es un rollo
de franela con ojos de araña, o una entidad invisible modelada con las ropas de
una cama «cuyo rostro lo forma una sábana arrugada». Evidentemente, M.R. James
posee un conocimiento inteligente y científico de los nervios y sentimientos
humanos, y sabe cuánto debe explicar, cuánto dejar a la imaginación y cuánto
sugerir sutilmente, a fin de conseguir los mejores resultados de cara al
lector. Es un artista en lo que respecta a los incidentes y a su disposición,
más que en la creación de atmósfera, y logra despertar emociones más
frecuentemente con el intelecto que de manera directa. Este método, al que le
falta a veces el momento supremo del clímax, tiene naturalmente sus ventajas y
sus inconvenientes; así, por ejemplo, no encontramos en muchos de sus cuentos
esa tensión de atmósfera que escritores como Machen cuidan de elaborar con
palabras y escenas. Pero son pocos los que pueden tacharse de insipidez. En
general, el lacónico desarrollo de acontecimientos anormales en un orden
hábilmente preparado basta con amplitud para producir el efecto deseado de
intenso horror.
Los relatos de M.R. James están recogidos en cuatro pequeñas colecciones
tituladas, respectivamente, Ghost Stories of an Antiquary, More Ghost Stories of an
Antiquary, A Thin Ghost and Others
y A Warning to the Curious. Tiene
también una deliciosa fantasía juvenil, The Five Jars, con sus sugerencias espectrales. Es difícil
seleccionar, en medio de esta riqueza de material, un relato favorito o
especialmente típico; evidentemente, cada lector tendrá las preferencias que su
temperamento determine.
El Conde Magnus es sin duda uno de los mejores, ya que
constituye una auténtica Golconda de suspense y de sugerencia. Mr. Wraxall es
un viajero inglés de mediados del siglo XIX que se encuentra en Suecia
recogiendo material para su libro. Se interesa por la familia De la Gardie,
próxima al pueblo de Raback; estudia sus documentos y siente especial
fascinación por el constructor de la mansión solariega, un tal conde Magnus, de
quien se cuentan cosas extrañas y terribles [...]. En El tesoro del abate Tomás, un anticuario británico descifra un
criptograma pintado en una de las vidrieras renacentistas, y con ello descubre
un tesoro en un nicho situado a media altura de la pared interior de un pozo,
en el patio de una abadía alemana [...]. Otros relatos destacables de M.R. James
son El sitial del coro, en el que una
talla grotesca cobra vida para vengar el secreto asesinato de un viejo deán
perpetrado por su ambicioso sucesor; ¡Silba
y acudiré!, que trata del horror invocado por un extraño silbato de metal
encontrado en las ruinas de una iglesia medieval, y Un episodio de la historia de la catedral, donde al ser
desmantelado un púlpito se descubre una tumba arcaica cuyo demonio oculto
propaga el pánico y la pestilencia. M.R. James, pese a su pincelada ligera,
evoca el miedo y el horror en sus formas más estremecedoras, y figura,
indudablemente, como uno de los maestros creadores de esta parcela tenebrosa.
Título original: The modern masters
[Fragmento] en Supernatural horror in
literature, 1927. Traducción de Francisco Torres Oliver.
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